Qué es la impotencia aprendida (y por qué te suena tanto)
Seguro has dicho alguna vez “ya da igual”, “para qué intentarlo” o “esto no va a cambiar”. Tranquilo, no estás solo: es un fenómeno psicológico real llamado impotencia aprendida.
Fue descrito por el psicólogo Martin Seligman en los años 60, cuando descubrió que incluso los perros —sí, los perros— podían aprender a rendirse. Tras recibir descargas eléctricas inevitables, dejaban de intentar escapar, incluso cuando podía hacerlo.
No porque quisieran sufrir, sino porque habían aprendido que no servía de nada intentarlo.
¿Te suena? Hoy no hay descargas eléctricas (esperamos), pero sí hay facturas, trámites, elecciones, crisis y titulares que nos hacen sentir igual: atrapados y sin control.
De fenómeno psicológico a epidemia social: cuando rendirse se vuelve costumbre
La impotencia aprendida ya no se queda en el diván del psicólogo. Se ha colado en nuestras conversaciones, en el trabajo y hasta en las urnas.
“Da igual lo que haga” se ha vuelto el nuevo mantra colectivo.
-Votamos, pero nada cambia.
-Nos quejamos, pero nadie escucha.
-Nos esforzamos, pero los algoritmos deciden quién nos ve.
Y sin darnos cuenta, la resignación se disfraza de sensatez. “Mejor no desgastarse”, nos dice el cinismo moderno. Pero ojo: esa comodidad pasiva tiene un precio altísimo.
Por qué sentimos que nada sirve (aunque sí sirva)
No es flojera ni apatía. Es agotamiento psicológico.
Vivimos expuestos a una avalancha de malas noticias, escándalos y promesas rotas. Nuestro cerebro, que no fue diseñado para tanto estímulo, se defiende desconectando.
A eso se suma el ciclo de expectativas frustradas: intentamos cambiar algo, no funciona, y nuestro cerebro registra “no sirve”. Tras varios intentos fallidos, aprende a no intentarlo más.
La trampa está servida.
Cómo desaprender la impotencia (sin convertirte en un coach motivacional)
Salir del bucle no requiere optimismo forzado, sino microacciones conscientes. Pequeños gestos que reactivan la sensación de control.
1. Empieza pequeño, piensa grande
No necesitas cambiar el mundo. Empieza con algo cercano: plantar una planta, ayudar a un vecino, recuperar un hobby. Cada éxito, por mínimo que parezca, reeduca a tu cerebro para recordar que sí puede influir en algo.
2. Haz comunidad: nadie sale solo del pozo
Hablar con otros que sienten lo mismo rompe la ilusión de aislamiento. Las redes de apoyo —familia, amigos, colectivos— transforman la impotencia en energía compartida.
3. Redefinir el fracaso: cada intento cuenta
No todo intento fallido es inútil. A veces es ensayo, no hay error. Reinterpretar la experiencia fortalece la resiliencia y mantiene viva la motivación.
4. Desconecta del ruido y conecta con lo real
Reducir la dosis de redes sociales, titulares y debates tóxicos. La sobreinformación crea parálisis. Escoge fuentes confiables y dedica tiempo a lo tangible: una conversación, un paseo, una idea.
Un final (no tan) pesimista: si se puede, pero no solo
La impotencia aprendida nos convence de que todo está perdido. Pero la historia —y la psicología— demuestran lo contrario: el cambio empieza cuando alguien se niega a aceptar el “da igual”.
Quizás no podamos arreglar el mundo, pero sí podemos reparar nuestra mirada, y eso ya cambia la manera en que lo habitamos.
Porque al final, como diría Seligman, la esperanza también se entrena.
Preguntas frecuentes sobre impotencia aprendida
1. ¿La impotencia aprendida es una enfermedad?
No, es una respuesta psicológica ante la frustración continua, pero puede derivar en depresión si se mantiene mucho tiempo.
2. ¿Todos podemos experimentarla?
Sí, cualquiera puede caer en ella, especialmente en contextos de crisis o incertidumbre prolongada.
3. ¿Se puede desaprender realmente?
Sí. A través de experiencias positivas, terapia o acciones que refuercen la sensación de control.
4. ¿Por qué es tan común hoy?
Porque vivimos en un entorno donde las estructuras de poder parecen inamovibles y la información negativa abunda.
5. ¿Cómo ayudar a alguien que la padece?
Escucha, valida su experiencia y acompáñalo en pequeñas acciones concretas.
Quizás no podamos cambiar el mundo entero. Pero sí podemos recuperar el poder sobre nuestra mirada, nuestras decisiones y nuestras conexiones. Y eso, en tiempos de resignación activa, ya es una forma de resistencia.
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