Nos preguntamos, cómo será nuestras vidas pospandémicas o poscovid. Y si todo este año habrá servido para darnos cuenta de muchas cosas, situaciones y nos hayamos acostumbrado a los cambios. Posiblemente, muchos de estos nuevos hábitos se quedarán.
Desde luego que quien no haya aprovechado este año (en blanco) para poner sus espacios en orden y cuando digo espacios hablo de todo el conjunto que marca o rige la vida de las personas, es que se lo han tomado sabático de narices.
Hay personas que lo han aprovechado muy bien y seguramente tenga su recompensa en el futuro. Los miles y miles de horas con las que hemos contado para ello sin tener distracciones externas ha sido un plus con el que antes no contábamos. Por tanto, siempre hay que quedarse con lo positivo dentro de tanta noticia negra.
Durante este año hemos pasado por distintas fases. Pasamos de la negación al virus, después llegó el confinamiento y finalmente el semáforo intermitente que nos daba y quitaba derechos o nos abrían o cerraban los recursos. Todo ello hasta que llegaron las vacunas. Obviamente, cada persona ha pasado o pasa por su propia historia y ninguna es comparable. Pero hay que quedarse con lo bueno y lo que nos ha enseñado esta etapa pandémica.
La pandemia ha dejado cadáveres por el camino, vidas destrozadas, personas sin trabajo y sobre todo muchos negocios cerrados y personal que se ha quedado en la indigencia. Esa es sin ninguna duda la parte más negativa, como en todas las historias malas.
Sin embargo, a veces la comparo con la crisis del 2007, sí aquella que nos salpicó en todas las narices cuando explotó la burbuja inmobiliaria y nos pilló con todo el equipo. Todo lo que estaba relacionado con la construcción se fue al garete con miles de personas al paro e infinidad de familias a la calle. Desde entonces muchos no se han recuperado de aquello o tuvieron que reinventarse para poder seguir.
Por aquel entonces, las ayudas y los rescates fueron para los bancos. Las personas tuvieron que buscarse la vida y muchas de ellas endeudadas hasta las cejas se quedaron sin casa, sin trabajo y con una mano delante y otra detrás. Hoy en día quienes sobrevivimos a aquella crisis miramos de frente a esta nueva crisis (sanitaria) cuyos efectos colaterales son, de nuevo, los económicos.
Dicen que tras una crisis o durante una crisis es cuando vienen los cambios. Pues gracias a aquello muchos nos reinventamos y salimos adelante, desgraciadamente, sin ayudas, porque por aquel entonces el sector restauración, turismo, hostelería, viajes y todo lo que movía el turismo comenzaba a ser el motor más importante de la economía española y los que nos quedamos en la calle fue un ‘búscate la vida’ y nadie hizo nada por nosotros.
A quien le tocó, le tocó
No es que sea cien por cien comparable con aquella crisis, porque aquella no te mataba, al no ser, de hambre. Sin embargo, esta te mata o te enferma y sin salud difícilmente puedes producir. Es la combinación más letal y más difícil de equilibrar, sobre todo en nuestro país, que dependemos del turismo y la restauración para mantener la economía.
Por eso ahora con esta crisis económica-sanitaria, aunque no es igual, tiene sus similitudes, sobre todo para aquellos que le ha salpicado directamente. El sector, restauración y todo lo que mueve está como un campo de barbecho. Los demás, más o menos y quitando los días de encierro total, han seguido o van funcionando de alguna manera.
Podemos decir que los que seguimos trabajando somos unos privilegiados, aunque también estamos cansados de psicológicamente, de trabajar constantemente en tensión y con el miedo apostado en cualquier esquina. No es fácil trabajar así con un virus pululando en el ambiente. Aunque al final, terminas acostumbrándote.
Lo cual nos lleva a pensar que quizás sea el punto de partida para no basar toda nuestra economía en el mismo sector. Poner todos los huevos de la gallina en una misma cesta nos ha llevado a estar al límite de todo durante la pandemia. La encrucijada de abrir o cerrar, limitar aforos, y tener paralizada el ocio en todas sus vertientes nos ha derivado a múltiples desafíos con el virus y a tener que surfear las olas que iban y venían como las tormentas. Hemos tenido que combatirlo a pie del cañón para no incrementar más la crisis económica.
Tener un país que vive, en parte, del turismo nos ha asolado económicamente. De ahí se puede pensar, incluso los que no tenemos ni idea de economía, que el futuro puede ser distinto y que una vez que la pandemia esté controlada y todo vuelva a funcionar con regularidad, se debería plantear poco a poco un cambio de modelo económico los cambios de modelo llevan años, por tanto, nunca será tarde para comenzar a pensar en ello. Después de lo pasado no podemos pensar que esto solo pasa una vez cada cien años.
Es cierto que tenemos un país rico en gastronomía, cultura e historia. Y contamos con playa y montaña para diversificar los gustos, pero esta pandemia nos ha enseñado que somos vulnerables y hay que gestionar todo nuestro patrimonio de un modo que no nos deje en la estancada cualquier otro virus que pueda aparecer en un futuro.
Vendrán más cambios. Se ha inventado en España el teletrabajo, digo inventado porque aquí prácticamente no se ejercía, posiblemente siga durante mucho tiempo, aunque en ese aspecto falta regular la situación. Se trabaja con medidas de seguridad que medianamente evitan los contagios y como que se ha aprendido a vivir con el virus sin dejar de trabajar y marcando las distancias. Después de un año nos hemos acostumbrado a ir con el bozal a todos los sitios y trabajar horas y horas con él.
Posiblemente, lo de la mascarilla sea parte de nuestro día a día, en infinidad de situaciones, durante mucho tiempo. Hemos aprendido que la mascarilla nos libra, no solo del virus, también de la polución y de los contagios de otros virus como la gripe. Nos sentimos más protegidos. Y si miramos a Japón, llevan años haciendo uso de las mascarillas y sin tener ningún virus pululando por el ambiente.
Durante los últimos días comenzamos a escuchar noticias que hablan de una nueva normalidad gracias a las vacunas. El estado de alarma es historia desde el pasado día 10 de mayo y la mayoría de la población ya piensa en retomar su vida a cualquier precio. Otros, sin embargo, siguen siendo reticentes y miran la luz al final del túnel con matices.
Nos hemos acostumbrado a que por la noche no haya barullos que irrumpan el sueño, ni motos o coches que te hagan tapar los oídos porque pasan el límite del ruido. Esa tranquilidad de la que llevamos más de un año disfrutando nos va a costar. Porque en definitiva somos un país sociable pero también ruidoso.
De ahí muchos nos preguntamos si la vida, tal y como la conocíamos antes de marzo del 2020, volverá a ser igual. Creo que no. Tardará todavía en ser igual y como en todas las crisis vendrán cambios.
Algunos nuevos hábitos han llegado para quedarse. Sobre todo, en la prudencia y aunque somos un país sociable y de salir, seremos más prudentes porque nos hemos acostumbrado a ello. Nos hemos acostumbrado a limitar nuestras vidas sin aglomeraciones y eso de la distancia social, si bien en los países del norte de Europa es una práctica habitual desde siempre, posiblemente aquí seguirá aplicándose por decisión propia y durante algún tiempo.
Nada será como antes. No hay que generalizar, pero esta pandemia nos ha tocado fuerte y ha hecho tambalear muchos paradigmas que pensábamos teníamos controlados para ciento y un día. Y no ha sido así. Somos vulnerables y como tal tendremos que hacer cambios, unos cambios que nos evitará, en un futuro, estar atados de pies y manos por los huevos de la cesta.
Cuando todo esto termine, seguro que terminará tarde o temprano, nos quedaremos con muchas pautas que hemos aprendido a llevar durante este año. Nos quedaremos con ellas porque hemos descubierto que son asequibles, nos gustan y nos habíamos olvidado de ellas.
Porque seguirá primando la prudencia pese a las vacunas y porque nos hemos acostumbrado a poner límites en nuestras vidas y a saber dosificar los encuentros y hemos aprendido que en un segundo la vida se te puede ir de un soplido. Podemos vivir sin tanto estrés, sin tanta salida y disfrutar más de lo que tenemos en nuestro entorno cercano y sobre todo hemos aprendido a valorar lo que más nos importa.
Más allá de nuestros círculos más íntimos y familiares nos costará volver a los niveles de antes de la pandemia. Y si bien algunos están deseando salir en desbandada y sumergirse en una marabunta, otros, si bien están deseando retomar la normalidad, lo harán con precaución. Seguirán evitando las aglomeraciones, seguirán teletrabajando, seguirán comprando por internet y seguirán poniendo distancia social y buscando esa tranquilidad a la cual nos hemos acostumbrado.
Porque hemos aprendido a valorar lo que tenemos, aunque sean pequeñas cosas caseras. Y porque esta pandemia nos ha frenado, en aspectos, que hoy en día ya no los vemos imprescindibles.
Porque esta pandemia estará latente durante años y décadas en los libros de historia y porque esta pandemia nos ha enseñado que somos débiles y tenemos que estar preparados y reforzar lo importante para sobrevivir, la salud, y contar con los recursos necesarios para poder enfrentarnos a otra crisis sanitaria.
Hemos aprendido que sin salud de nada sirve todo lo demás y ante un problema externo, toda tu vida puede pasar por tu cabeza en segundos y arrebatártela en un suspiro.
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