¿Qué les pasa a los jóvenes y no tan jóvenes con el virus?




Desde que se levantó el estado de alarma y vivimos la llamada nueva normalidad vemos todos los días celebraciones de jóvenes, y no tan jóvenes, en multitud de reuniones y fiestas donde no se respetan las distancias y las mascarillas brillan por su ausencia.

Un verdadero caldo de cultivo si tenemos en cuenta que la mayoría de los jóvenes son asintomáticos y los principales portadores a la hora de contagiar el virus allá donde llegue su irresponsabilidad.

Pero ello, van a lo suyo y el resto les importan más bien poco. Ese es el sentir general.

Desde hace muchos días se están lanzando diversas alertas para que los jóvenes se conciencien y sean prudentes cuando salen a la calle. La mayoría de los brotes vienen porque estos no siempre están dispuestos a cumplir las medidas de seguridad. Como tampoco están dispuestos a renunciar a sus reuniones y fiestas, es más, parece como si el virus hubiera desaparecido por arte de magia.

Ellos se sienten inmunes y sin miedo. Incluso llegan a pensar que están por encima del bien y del mal y que todo esto es una patraña o conspiración para tenerlos sometidos en casa y privarlos de su verano tras pasar una cuarentena eterna.

Desde luego que están muy equivocados. Ellos pueden ser los principales responsables de contagiar dentro de su entorno a sus padres, abuelos, tíos e incluso amigos que si pueden estar dentro del grupo con factor de riesgo. Es verdad que ellos pueden tener patologías no muy graves si contraen el virus, pero a quien se lo puedan transmitir les puede traer consecuencias mortales.

¿Por qué no son cautos?


Pasa que tenemos una parte de esa sociedad que no tiene ni idea de lo que es afrontar y tener responsabilidades. Y no tienen ese hábito de solidaridad y compañerismos porque no han crecido con ello y en el fondo son un poco egoístas porque no piensan en las consecuencias.

La inmensa mayoría de este grupo de jóvenes irresponsables han terminado las clases desde casa, se sienten liberados tras el largo confinamiento y quieren disfrutar del verano con sus amigos igual que todos los años y la cuarentena es solo eso, pasado. Quieren sentirse arropados por su grupo y necesitan de sus juergas y de sus reuniones para sentirse bien con la sociedad.

Si tienen sintomatologías o creen que ha podido coger el virus en una de sus salidas desmadradas, aunque piensan que nada les va a pasar, hacen la cuarentena durante diez o quince días y así hasta la siguiente irresponsabilidad.

Pero se equivocan. Su mala cabeza tiene consecuencias ilimitadas. Un brote derivado por una irresponsabilidad suya donde se reúnen cientos de jóvenes, una juerga nocturna en los garitos de moda, supone un posible rebrote y como consecuencia un confinamiento de todos los habitantes donde residan.

Supone limitar la movilidad al resto de las personas que tendrán que aguantar cumplir una cuarentena obligada (otra vez) por una irresponsabilidad de un grupo de jóvenes que por una fiesta o reunión se pusieron el mundo por montera y todo les dio igual.

Supone que el resto de las personas no puedan acudir a sus trabajos y las consecuencias de ello, económicamente, puede no tener precedentes. Puede suponer que sus familias tengan que estar días sin cobrar y días sin poder hacer su vida medianamente normal y puede suponer que los que sí cumplen las normas se vean arrastrados a un confinamiento que no les va a sentar nada bien.

Claro que lo más terrible de todos estos comportamientos incívicos es que puede derivar en infectar a personas de su entorno con patologías graves o personas de la tercera edad que pueden terminar en el cementerio. Eso sí tiene consecuencias para la sociedad.


¿Estigmatizados con razón?


El estigma que tendrán este grupo de jóvenes durará para los restos como suele pasar en una crisis sea del nivel que sea. Aunque no hay que meter a todos en el mismo saco ni todos los que se saltan las normas son tan jóvenes.

Porque hay un grupo que ronda los 30-40 años que durante los fines de semana, supuestamente después de una semana laboral o son de los considerados ‘nini’, hacen lo mismo solo que a niveles más altos.  Por ello hay que ser prudentes a la hora de etiquetar o generalizar.

Lo primero que se habla es de concienciar a este tipo de personas. No hace falta estigmatizarlos porque ellos saben perfectamente a quien está dirigido este tipo de alertas. Aunque si lo siguen haciendo es porque no son conscientes de su imprudencia o como he dicho anteriormente son muy egoístas.

Los jóvenes cuando están en su hábitat se ponen el mundo por montera y lo que menos piensan es en las consecuencias que pueden acarrear no cumplir la distancia y llevar la mascarilla siempre que no se pueda guardar el metro y medio de distancia.

Es cierto que se necesita de mucha pedagogía recalcando constantemente que el virus simplemente está contenido pero no ha desaparecido. Está contenido precisamente por las medidas extremas que tuvimos durante casi 100 días. Donde la inmensa mayoría, salvo excepciones puntuales, cumplimos para atajar al COVID-19 que se estaba llevando miles y miles de vidas por delante.

Incluso ese sector que ahora se salta las normas se confinaron con resignación y acataron el estado de alarma pero en cuanto se vieron libres comenzaron con sus fiestas y reuniones como si no hubiera un mañana o lo peor de todo como si fueran inmortales, lo cual ha desatado una serie de críticas en la sociedad y en la comunidad médica.

No todos son imprudentes


Ser adolescente en tiempos de pandemia no es fácil. Porque también los hay que sí siguen las normas y están enormemente molestos por el estigma que dejará su generación en esta pandemia mundial.

Cada persona es un mundo y vive esta nueva normalidad de una manera distinta. Porque se habla de los jóvenes y adolescentes que van por el mundo como si fueran inmunes y todo les diera igual. Pero no es así.

Sigue existiendo esas personas que son conscientes de lo que hemos pasado, de lo que hemos perdido y están muy mentalizados. Saben que en el momento que se baja la guardia los rebrotes saltarán como las pulgas y puedes contagiar a un amigo, un familiar o tu abuelo.

Por eso son cautos y disfrutan de esta nueva normalidad sin grandes pretensiones y limitando las salidas a la mínima expresión precisamente para evitar que una noche relajada entre amigos se baje la guardia y las consecuencias sean fatales.

Eso es responsabilidad. Espero que el resto consigan tenerla,

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