Generación X: El puente silencioso que sostiene todo

 


objetos icónicos de los años 70, 80 y 90


No salimos en los titulares. No llenamos TikTok. No hacemos ruido en redes sociales. Y, sin embargo, estamos en todas partes. Somos la Generación X: la que nació entre el vinilo y el MP3, entre el teléfono fijo y el smartphone, entre la televisión en blanco y negro y el streaming sin fin.

Nos llaman la generación olvidada. Y quizás lo somos. Pero no porque no hayamos hecho historia, sino porque la hicimos sin necesidad de llamar la atención. Mientras otros necesitaban el foco, nosotros construimos el escenario.

Hijos del cambio

Crecimos en los márgenes de dos mundos: el analógico, con su calma y sus reglas, y el digital, con su velocidad y su caos. Supimos lo que era esperar días por una carta y luego nos maravillamos con la inmediata del correo electrónico. Nos tocó apretar “play” y “rec” para grabar canciones de la radio, y luego ver cómo todo se podía almacenar en la nube.

Fuimos los últimos en jugar en la calle sin móviles. Los que regresaban a casa cuando se encendían las farolas. También fuimos los primeros en encender un ordenador personal sin saber muy bien qué hacer con él… y los primeros en quedarse atrapados por horas en los laberintos del DOS, los disquetes y los módems de 56k.

Fuimos autodidactas por necesidad. Si algo no funcionaba, lo abríamos, lo desmontábamos, lo intentábamos. No había tutoriales en YouTube. Había curiosidad. Y había tiempo para probar.


Testigos (y protagonistas) de la mayor revolución

Nos tocó ver, en tiempo real, cómo el mundo cambiaba de forma. Del fax al correo electrónico. Del Walkman al iPod. Del videoclub al algoritmo. Y no solo lo vimos: lo aceptamos, lo absorbimos, lo usamos. No sin esfuerzo, pero sin miedo.

Muchos de nosotros fuimos pioneros digitales. Aprendimos a programar cuando los lenguajes eran rústicos y los foros eran selvas sin reglas. Llevamos empresas del papel al Excel, del fax al e-commerce. Montamos negocios sin internet y después tuvimos que reinventarlos para sobrevivir en internet.

Y lo hicimos sin perder la cabeza. Sin necesidad de exhibirnos. Sin esperar una ovación.


La nostalgia como brújula

La Generación X arrastra una nostalgia que no paraliza, sino que orienta. Sabemos de dónde venimos, y eso nos da equilibrio. Recordamos lo que era mirar a alguien a los ojos sin interrupciones. Lo que era vivir un verano entero sin notificaciones. Lo que era ser libre sin estar geolocalizado.

No rechazamos la tecnología. La usamos. La valoramos. Pero no la idolatramos. Sabemos que hay una diferencia entre conexión y vínculo. Entre contacto y relación. Y por eso, aunque participamos del mundo digital, seguimos apostando por la profundidad frente a la inmediata.

Mientras otros celebran la velocidad, nosotros aún creemos en el valor de la espera. Porque entendemos que algunas cosas importantes tardan.


Padres del milenio, abuelos del algoritmo

Hijos de los Baby boomers, muchos de nosotros somos hoy padres de millennials, o incluso abuelos de la Generación Z. Y los vemos crecer con otras reglas, otros códigos, otras velocidades. A veces no los entendemos. A veces, ellos tampoco a nosotros.

Pero seguimos estando ahí. No como jueces, sino como memoria viva. Como punto de equilibrio. Como una generación que puede ayudar a otras a no perderse en la pantalla. A recordar que lo esencial no siempre es visible, y mucho menos medible por likes.


La generación que sostuvo el puente

Nos dicen la generación intermedia. La que no tuvo un boom demográfico ni una revolución cultural propia. Pero en realidad, somos el puente. El nexo. La fibra invisible que conectó dos mundos que parecían incompatibles: uno lento y tangible, otro inmediato y líquido.

**No somos los más visibles. Pero sí los más estables.

**No fuimos influencers. Fuimos referentes.

**No fuimos tendencia. Fuimos cimiento.

Y mientras el mundo sigue girando con prisa, seguimos caminando con pausa, sosteniendo la estructura que hace posible la transición entre el ayer que no queremos olvidar y el mañana que no podemos evitar.

Porque al final, la Generación X no necesita protagonismo. Solo pide que no se olvide lo que nos enseñó: que se puede cambiar sin perderse. Evolucionar sin dejar de ser. Avanzar sin tener que gritar.


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